Miquel Amorós
Intervención en la presentación del libro Barcelona
Marca Registrada, el 2 de junio de 2004 en LEspai Obert, Barcelona.
Barcelona, su área metropolitana y toda Cataluña, desde
los años ochenta se hallan inmersas en un apabullante proceso de
transformación fruto del paso acelerado de una economía
industrial a una economía de servicios. La fabrica dejó
de ser hace ya tiempo la fuente primordial de producción de plusvalías
en provecho de la urbanización, y a la política de bienestar
pactada con los sindicatos sucedió la ordenación territorial
pactada con los ejecutivos de las inmobiliarias y los bancos. El papel
de la administración es ahora más determinante; de antiguo
intermediario entre el capital y el trabajo se convierte, gracias a un
enjambre de empresas mixtas, en principal agente de la remodelación
de la ciudad como sede de las transacciones económicas internacionales.
La administración ya no trata como antes de armonizar los intereses
sociales en provecho de la clase dominante: ella misma forma parte de
la clase dominante. En principio la desindustrialización llevó
las fábricas a la segunda corona metropolitana, pero una vez acabada
ésta de lo que se trata es de expulsar a la población que
se quedó, ligada a formas de vida sin interés para la economía,
y sustituirla por nuevas gentes acordes con los nuevos valores traídos
por el desarrollo tecnológico, gentes de hábitos ultraconsumistas.
Esa es la función que está cumpliendo el urbanismo administrativo.
De las 51 operaciones en que se materializa la reconversión urbana
barcelonesa, financiadas en parte con dinero público y en parte
con la especulación inmobiliaria, unas corresponden a grandes infraestructuras,
otras a logística empresarial, otras a proyectos de investigación
y, finalmente, otras a reciclaje de barrios y programas ambientalistas.
Infraestructuras son el Tren de Alta Velocidad y sus estaciones intermodales,
las ampliaciones del puerto y del aeropuerto (y demás intervenciones
contenidas en el Plan Delta), el túnel de Horta y el Cuarto Cinturón,
la B-40. Las zonas donde emerge el nuevo estilo de los negocios hay que
buscarlas en el Districte Econòmic GranVia (donde se ubican La
Ciutat Judicial y la Fira-2), el 22@, el Centre Direccional Cerdanyola-Sant
Cugat, en el nudo de Les Glòries o en Diagonal Mar-Fòrum.
Los principales proyectos de investigación son el Parc de Recerca
Biomèdica, el Parc Científic de Barcelona y la asociación
Barcelona Aeronàutica i de lEspai. Para acabar, el reciclaje
consiste fundamentalmente en un conjunto de derribos, expropiaciones y
desalojos que reciben el nombre de rehabilitación,
pero que significan exclusión.
Barcelona ha dejado de ser un mercado nacional de trabajo y aspira a convertirse
en un mercado internacional de capitales. Barcelona no es una ciudad fabril,
es toda ella una empresa. La vivienda misma es una inversión. Por
eso en el lenguaje del poder los acentos pasan de la producción
a la gestión: los dirigentes no hablan como fabricantes, hablan
como vendedores. El discurso de los dirigentes pierde los tonos desarrollistas
y obreristas propios del pasado puesto que su fuerza ya no sale de la
industria ni de la proletarización; su poder proviene ahora de
la reconstrucción del territorio y de una forma espectacular de
sociabilidad, por lo tanto, su idioma es ecologista y cogestionario, es
decir, ciudadanista. Los mismos que trajeron paternalmente la aluminosis
nos anuncian coleguilmente la limpieza del tranvía,
las depuradoras reciclables y las promociones de ecopisos; ya no es cuestión
de alojar a los pobres recién llegados como sea, sino de atraer
a los pudientes inversones como sea. La ecología no es un derecho;
donde reina el capital es un lujo, y como tal, una mercancía solamente
asequible a los nuevos privilegiados que puedan pagarla. Por eso combina
perfectamente con el control social. La ecología urbana es pues
el césped de la videovigilancia.
Tanto en la verborrea de la participación y la tolerancia, como
en la demagogia de la sostenibilidad, se esconde el proyecto más
depredador dado en la historia; al tiempo que borran la memoria histórica
contenida en el territorio urbano, las elites del capital lo reconstruyen
a su imagen y semejanza, expulsando a la población que hasta ahora
lo ha habitado. Los medios empleados pueden ser indirectos --como los
altos precios, la ausencia de vivienda protegida, los alquileres caros,
la precarización y la mala calidad del trabajo-- o directos --como
el mobbing inmobiliario, la carga policial y la expropiación forzosa.
Los desplazamientos obligados por los mecanismos de exclusión puestos
en marcha inducen la formación de ghettos periféricos. La
táctica es conocida: la pobreza primero se crea, después
se exporta (un 18 % de la población de la capital vive pobremente
y por tanto, es exportable). El resultado es la liberación
de un montón de metros cuadrados de suelo urbanizable.
Desde el levantamiento del barrio del Besós, poco antes de los
Juegos Olímpicos, no ha vuelto a haber luchas urbanas de envergadura.
Los dirigentes de la ciudad de los negocios no tienen delante más
que una población atomizada, envejecida, temerosa y residual, pero
aún así el conflicto logra salir a la superficie y los afectados
plantan cara a la reurbanización capitalista, a pesar de las presiones
y de la corrupción de algunas asociaciones vecinales. Así
lo demuestra la resistencia de los vecinos a la rehabilitación
del Raval, las luchas en torno al Forat de la Vergonya, las okupaciones
o las propuestas de organización contra la especulación
inmobiliaria, por no hablar de todas las luchas en defensa del territorio
planteadas por toda Cataluña. Sin todavía ser conscientes
de ello, los humildes y dignos combates del vecindario plantean la olvidada
cuestión social, ese conjunto de problemas cuya solución
afecta no sólo a los directamente implicados, sino a toda la población
que sufre parecidas agresiones, es decir, a toda la población no
dirigente. A través de ellas vemos hasta qué punto la dominación
interviene en nuestra vida y nos impone un estilo ajeno. La solución,
por lo tanto, tampoco puede reducirse a un hecho concreto, una obra detenida,
un desvío de carretera, un soterramiento de vías... No hay
solución parcial que valga. Ha de ser total y basarse en LA AUTOGESTIÓN
TERRITORIAL GENERALIZADA, que no es otra cosa que LA GESTIÓN DEL
TERRITORIO POR SUS PROPIOS HABITANTES MEDIANTE LAS ASAMBLEAS COMUNITARIAS.
Cada conflicto particular, quiera o no quiera, forma parte de la guerra
que la dominación capitalista libra contra todo el planeta y, se
gane o se pierda, lleva inscrita esa nueva consigna de liberación.
Barcelona, junio del 2004
Barcelona marca registrada, un model per
desarmar
Edicions Bellaterra i l'Editorial Virus
www.barcelonamarcaregistrada.com
|